CUANDO COMENCÉ MI DICTORADO
Cuando empecé mi doctorado hace más de 20 años en Estados Unidos asistí a una inducción obligatoria de seguridad en laboratorios de docencia e investigación, conocí los principales riesgos presentes en mi laboratorio, los manuales de seguridad, la gestión de residuos, cómo actuar frente a distintas alarmas, y varias cosas más. Además, se podía “profundizar” en otros temas desde primeros auxilios hasta manejar extintores, incluyendo una sesión práctica con llamas de verdad. La Unidad de Seguridad en Investigación tenía varios profesionales dedicados a entrenar, hacer visitas a terreno, responder dudas y apoyar emergencias. Además, cada departamento tenía una persona experta que apoyaba esta labor. Había indicios de una “cultura de seguridad” (1), especialmente considerando la prioridad que daban las autoridades universitarias a través de una inversión fuerte en personal y sistemas de seguridad.
SIN EMBARGO, COMO SE DICE EN BUEN CHILENO, IGUAL “METÍ LA PATA”
Con mucha vergüenza vi de lejos cómo unos astronautas sacaban un par de matraces de 250 mL de mi laboratorio, como si fueran un par de bombas sin detonar de la Segunda Guerra Mundial. Mi pecado fue hacer una disolución de azida de sodio (NaN3) y sulfato de manganeso. No hubo caso de explicar que sus concentraciones eran inferiores mil veces de las que usa el método Winkler modificado para medir oxígeno disuelto en agua publicado en el Standard Methods for the Examination of Water & Wastewater. Indicaron que en la hoja de seguridad del NaN3 decía que es incompatible con metales, y por lo tanto había un riesgo de explosión. El NaN3 es de temer no solo por su toxicidad: 100 g bastan para inflar en menos de 30 milisegundos el airbag de un auto. Mi profesor guía no estaba feliz: tuvo que pagar USD 10.000 para que vinieran los astronautas a retirar mis matraces. Mis compañeros de laboratorio tampoco. Unos tuvieron que posponer sus actividades experimentales y otros sintieron que los había puesto en riesgo.
“Si queremos progresar hacia una cultura de seguridad a nivel institucional, es fundamental
la gestión del riesgo a través de protocolos que sean revisados,
mejorados, compartidos, actualizados, y cumplidos”
RETROSPECTIVAMENTE, ESTE “FAIL” FUE UNA DE LAS EXPERIENCIAS MÁS FORMATIVAS EN MI DOCTORADO
Retrospectivamente, este “fail” fue una de las experiencias más formativas en mi doctorado. La cadena causal tuvo varios eslabones, pero sólo comentaré uno: mi poco involucramiento en los protocolos de seguridad de mis experimentos. Mi profesor supervisor se encargaba de las aprobaciones, y preferíamos hablar de ciencia que de temas de seguridad, especialmente si se trataba de usar metodologías ya publicadas. Nunca me tocó escribir un protocolo de seguridad y conseguir una aprobación explícita de los métodos que emplearía. Había hecho los entrenamientos, me consideraba prudente, y en general sentía que tenía criterio suficiente para minimizar riesgos. No pensé que otros colegas con quienes compartía laboratorio podrían interesarse en los detalles de mis experimentos, ni tampoco nunca nadie me los pidió. Además, tenía la percepción que no podía dedicar tiempo valioso para hacer “trámites” de seguridad, sino que tenía que lograr los resultados de investigación que me pedían.
Todavía creo que el cálculo termodinámico de la energía máxima liberada por los milígramos de NaN3 disueltos no justificaba que vinieran astronautas a retirar mis matraces, pero me equivoqué en juzgar el rol que juegan los protocolos de seguridad como instrumento de comunicación y gestión del riesgo. Si hubiera explicado a priori mis experimentos a través de protocolos apropiados, hubiera ahorrado recursos y malos ratos a varias personas, incluyendo mi profesor guía, mis colegas y la jefa del laboratorio. Incluso, tal vez, hubiera podido hacer mis experimentos sin vulnerar el derecho a información de terceros y cumpliendo con el deber de someter a revisión procedimientos que lo requerían.
LA POSIBILIDAD DE ACCIDENTES ES INHERENTE A CASI CUALQUIER ACTIVIDAD EN NUESTRA VIDA ACADÉMICA
La posibilidad de accidentes es inherente a casi cualquier actividad en nuestra vida académica. Si queremos progresar hacia una cultura de seguridad a nivel institucional, es fundamental la gestión del riesgo a través de protocolos que sean revisados, mejorados, compartidos, actualizados, y cumplidos. Especialmente en nuestra universidad, donde el cuidado de la comunidad y el ambiente es central a nuestros principios.
Referencias
National Research Council (2014). Safe Science: Promoting a Culture of Safety in Academic Chemical Research. Washington, DC: The National Academies Press. https://doi.org/10.17226/18706.
American Chemical Society. (2012). Creating Safety Cultures in Academic Institutions: A Report of the Safety Culture Task Force of the ACS Committee on Chemical Safety.
Nuclear Regulatory Commission (2011). Final Safety Culture Policy Statement (NRC-2010-0282).
NOTA:Se ha definido “cultura de seguridad” como un compromiso colectivo de una organización, líderes e individuos, de enfatizar la seguridad como una prioridad frente a metas que compiten y otras consideraciones, para asegurar la protección de las personas y el medioambiente (ver American Chemical Society, 2014; Nuclear Regulatory Commission, 2011; National Research Council, 2014).
Imagen: Escuela de Ingeniería UC